Cómo pasa el tiempo. Y cuantas cosas pasan. La gente viene y va, a veces de repente y a veces de forma más o menos esperada, a veces dejando rastro y a veces sin nada. La vida es así, fugaz y a la vez previsible, y ninguna situación es mejor que la otra.
Hace apenas un año llegué a Granada sin mucha idea de cómo serían las cosas aquí. Suponía que sería la mejor experiencia de mi vida, que conocería a mucha gente, que me divertiría, que aprendería a vivir y que también pasaría malos ratos.
Así ha sido. Gente que conocía más o menos “de vista” han pasado a ser parte fundamental de mi vida aquí, y sin embargo la gente más importante la tengo a muchos kilómetros. Intento tenerlos cerca tanto como puedo.
Almudena, cada día desayuno con una taza que pone tu nombre en colores.
Rocío, con tu cucharilla muevo el café.
Papá, tengo una única foto en la cartera, y es la tuya.
Mamá, a ti no puedo evitar llamarte cada día, aunque solo sea para decirte qué he comido o cómo está el tiempo.
También tengo aquí conmigo a otras muchas personas, todas esas que nos reunimos cuando podemos para pasar días inolvidables. Tito Carlos y tita Anita; Aurelio y Encarnita; Rocío, Sergi y Candela; Marimar y Rafa; Sofía; Rubén; Juanma; Ismael, Silvia, Sole, Alejandro y Sarah.
He pasado por momentos malos, de los que suelo evitar informar a la familia para no preocuparla y que sólo unas pocas personas llegan a saber. Pero también por muchos buenos. He conocido a gente que me ha marcado y otras de las que ya ni siquiera recuerdo su nombre. Todo es necesario, muchas veces, para apreciar lo que uno tiene.
A veces intento romper las leyes de la física y verme en unos años, cuando haya acabado la carrera. Intento imaginar cómo será la gente que me importa, si seguiré viviendo con mi compañero amigo o no, si habré conocido a alguien más con quien poder desahogarme y con quien poder reírme de la vida.
“Aún queda mucho”, suelo pensar, a sabiendas que las cosas pasan demasiado deprisa, y que en menos de lo que pienso clichearé “parece que fue ayer”.