Cada días estamos más delicados. Más agilipollados diría yo.

Cuando hablan del efecto de los videojuegos en los niños, de la peligrosidad de los juguetes, de la cantidad de armas letales que existen en una casa normal para un crío, etc. pienso: “Madre mía, debo ser un superviviente. Y al igual que yo, toda esa generación que nació en mi época”.

En mi casa éramos tres hermanos y nunca ha habido protectores en los enchufes, ni fundas para cubrir los cuchillos, ni las escaleras tenían puertas de seguridad para que no subiéramos ni bajáramos solos, ni las esquinas de las mesas eran de goma… Si alguna vez nos hemos caído (que han sido muchas), se nos ponía un poquito de agua oxigenada y una tirita y estábamos listos para romper el suelo a cabezazos otra vez. Ah, tampoco nos atragantamos nunca con ningún juguete pequeño.

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¿Hasta que punto es positiva tanta protección? Yo aprendí a no tocar la plancha tocándola, a no tirarme por una rampa en bici sin frenos gracias a una pequeña cicatriz que hoy todavía me acompaña, a no caminar descalzo rompiéndome una uña del pie… Y ahora parece que los niños deben estar en una burbuja para que no les pase absolutamente nada, para que no experimenten ninguna sensación que no sea agradable a sus delicaditos sentidos.

Esto, unido al excesivo mimo que muchos padres ofrecen a sus hijos, hace que la juventud sea cada vez menos independiente, pues ven en sus padres tanto la figura protectora como la figura expendedora. Imagino que no es tan fácil irse de casa cuando necesitas a tus padres para todo.

Ayer mismo salió en la tele una noticia hablando de la inseguridad de las casas para los niños chicos. Un niño, de unos siete u ocho años le decía al reportero (literalmente): “El otro día, bajando las escaleras, me tropecé en el último tramo”. Justo después, salían fotos del niño abriendo cajones de la cocina, donde se encontraba con un sin fin de armas de destrucción masiva. Joder. Yo me he caído cientos de veces, he sangrado, me he arrancado las postillas (cosa que me encantaba), tengo cicatrices… y días después de pasarme lo que me pasara, o no me acordaba o me acordaba y me reía. Si jugando a la pelota en el colegio me caía y me echaba la pierna abajo, la profesora me curaba como podía y ya está. No tenía que pedir permiso a la ONU para ponerme una tirita. Y si me echaba alcohol y me escocía, al día siguiente mi madre no iba a denunciarla.

En fin… todos los avances que se hacen en beneficio de las personas son bienvenidos. Pero por favor, no caigamos en la tontería. Igual que pretender que todos hablemos de “padres y madres”, “médicos y médicas”, “miembros y miembras” es una soberana gilipollez que nos hace pensar que estamos gastando dinero público en un ministerio que sobra, invitar a sobreproteger a los niños es otra gilipollez que nos hace plantearnos si cada vez la gente se preocupa por cosas más estúpidas.

Papá, mamá, hermanas: Gracias por no haberme criado como a un inútil.